Elon Musk plantea una megafábrica de chips para Tesla con Intel como posible socio para asegurar el futuro de su inteligencia artificial
por Manuel Naranjo Actualizado: Hace 10 horas 1Elon Musk lleva tiempo repitiendo que Tesla no es “solo” un fabricante de coches eléctricos. Entre promesas de robotaxis, humanoides Optimus y servicios de inteligencia artificial a gran escala, el discurso encaja mejor con una compañía que quiere controlar toda la cadena tecnológica que con una marca de automoción clásica.
El siguiente paso lógico de ese guion acaba de aparecer: Musk ha deslizado que Tesla “probablemente” tendrá que construir una fábrica de chips propia, descomunal, para alimentar sus procesadores de IA, e incluso abre la puerta a hacerlo en colaboración con Intel.
La idea no llega en el vacío. Lo hace justo después de que los accionistas hayan respaldado un paquete de compensación gigantesco para Musk, una forma de decirle: “Sigue empujando esa visión de Tesla como gigante de IA y robótica”.
De diseñador fabless a aspirante a dueño del silicio
Hasta ahora, Tesla jugaba una partida razonable: diseña sus propios chips para conducción autónoma y los encarga a fundiciones como TSMC y Samsung, que ya están en su hoja de ruta para las próximas generaciones de procesadores (incluida la familia AI5 y sucesivas).
Lo que plantea Musk es un cambio de nivel: una planta capaz de arrancar con del orden de 100.000 obleas mensuales y escalar, según sus palabras, hasta volúmenes que compiten con las grandes foundries del mundo. No hay cifras cerradas ni ubicación definida, pero sí un mensaje claro: incluso en el mejor escenario de suministro externo, Tesla ve insuficiente la capacidad prevista para cubrir coches, robotaxis, robots y centros de datos propios.
Tiene lógica desde el punto de vista industrial: si tu modelo de negocio futuro se apoya en controlar hardware y software de IA extremo a extremo, dejar ese punto crítico totalmente en manos de terceros se convierte en una debilidad.

Las razones de fondo: volumen, control y relato
La jugada se sostiene sobre tres pilares. Primero, el volumen. Musk habla de una demanda interna de chips de IA que escala con todo su catálogo de promesas: conducción autónoma real, flotas de robotaxis, fábricas hiperautomatizadas, humanoides trabajando en entornos industriales y domésticos. Cada uno de esos proyectos necesita procesadores dedicados, eficientes y en cantidades masivas.
Segundo, el control. Una fábrica propia permitiría ajustar nodo, empaquetado, consumo y calendario a las necesidades exactas de Tesla, sin compartir prioridad con otros gigantes. Musk llega a sugerir chips capaces de ofrecer una fracción del consumo y del coste frente a soluciones de referencia como Blackwell de NVIDIA para tareas equivalentes.
Tercero, el relato. Una megafábrica de chips encaja con la imagen de Tesla como empresa vertical hasta el extremo: baterías, software, conducción autónoma, robótica… y ahora también silicio.
El choque con la realidad: levantar una foundry es la parte difícil
Sobre el papel suena impecable. En la práctica, montar una planta de semiconductores puntera es una de las tareas más complejas y caras de la industria moderna. Requiere inversiones de decenas de miles de millones, acceso asegurado a equipamiento litográfico avanzado, ecosistema de proveedores, talento ultraespecializado y, sobre todo, tiempo para iterar hasta lograr rendimientos aceptables. Aquí no basta con inaugurar naves y enseñar robots en un evento.
Musk lo sabe, y por eso no rompe con el modelo actual: sigue hablando de TSMC y Samsung como socios clave y deja abierta la puerta a Intel como posible aliado estratégico. Esa mención pública no es casual: la compañía busca relanzar su negocio de foundry, necesita clientes de peso para sus nodos más avanzados y cuenta con el respaldo explícito del gobierno estadounidense. Un acuerdo con Tesla le daría visibilidad y volumen; a cambio, Musk podría apoyarse en infraestructuras ya existentes mientras define qué parte del pastel quiere producir por su cuenta.
En ese escenario más realista, una “mega fab” de Tesla no sustituiría a las grandes foundries, sino que se sumaría a un esquema mixto: ciertos chips críticos en casa, el resto en manos de socios. Menos épico que el titular, pero mucho más plausible.
Qué significaría realmente si Musk lo consigue
Si el proyecto pasa de declaración a hormigón, Tesla saldría de la fila de fabricantes de automóviles que compiten por slots de producción y se colocaría en un escalón propio, con control directo sobre parte del hardware que da sentido a su estrategia de IA. Eso reforzaría su ventaja frente a marcas que siguen dependiendo casi por completo de terceros para cualquier chip avanzado.
También enviaría un mensaje hacia fuera: la batalla por el futuro del coche eléctrico y la robótica no se juega solo en autonomía de batería o diseño de interiores, sino en quién domina el silicio que ejecuta los modelos de IA. Y en esa liga, muy pocos pueden plantearse seriamente levantar su propia planta.
El riesgo es evidente: si la megafábrica se queda en anuncio, se retrasa indefinidamente o no alcanza la competitividad prometida, se convertirá en otro recordatorio de hasta qué punto la ambición pública de Musk va muchas veces por delante de la realidad industrial. Pero si logra cuadrar financiación, socios, tecnología y plazos, el movimiento consolidaría algo importante: que Tesla no depende del calendario de nadie más para alimentar el cerebro de todo aquello que lleva años prometiendo.
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