Microsoft redefine su estrategia de hardware: se apoyará en chips de OpenAI y Broadcom para acelerar Azure y recortar su dependencia de NVIDIA
por Manuel NaranjoEn los últimos años hemos aprendido una cosa bastante clara: detrás de cada gran modelo de IA hay una montaña de chips haciendo horas extra. Sin silicio, no hay milagros. Google tiene sus propias TPU, Amazon lleva un tiempo presumiendo de Trainium e Inferentia y, mientras tanto, Microsoft ha ido un poco a remolque, dependiendo mucho de NVIDIA mientras ponía en marcha sus Maia y Cobalt.
Ahora, lo que se está empezando a ver es un plan un poco distinto: en lugar de intentar hacerlo todo ella sola, va a dejar que OpenAI haga buena parte del trabajo duro y después aprovechar ese esfuerzo. Sobre el papel suena a atajo, pero es algo bastante más calculado que eso.
Un problema de chips que no se resuelve solo con talonario
Que Microsoft tiene dinero para aburrir es evidente, pero en chips eso no basta. Diseñar aceleradores propios es un proceso lento, caro y plagado de decisiones técnicas que no se pueden resolver a golpe de talonario. La compañía ya ha presentado Maia 100, centrado en IA, y la CPU Cobalt 100 para sus centros de datos, intentando reducir la dependencia de NVIDIA y ajustar mejor el rendimiento de Azure a lo que necesitan sus servicios y clientes.
El problema es que el resto del sector no se ha quedado quieto. Google lleva varias generaciones de ventaja con sus TPU, Amazon ha ido afinando su catálogo de chips propios y, mientras tanto, el mercado entero sigue girando en torno a las GPU de NVIDIA.
Microsoft ha entendido que tiene al lado a un socio que ya está metido hasta el cuello en ese barro: OpenAI.
OpenAI diseña, Broadcom fabrica… y Microsoft hereda
El esquema que se está dibujando tiene su miga. OpenAI está trabajando con Broadcom en sus propios chips de IA, pensando en desplegar una cantidad brutal de aceleradores personalizados en centros de datos de aquí a final de década. El objetivo es dejar de depender tanto de terceros para entrenar y servir sus modelos, asegurándose un suministro más predecible y, de paso, intentando que la factura no se dispare todavía más.
Lo interesante para Microsoft no es solo que su socio se haya puesto a diseñar silicio, sino cómo se ha renegociado la relación. La nueva alianza le da acceso directo a la propiedad intelectual de esos diseños.
OpenAI y Broadcom se pelean con la parte más compleja (arquitectura, validación, ajustes finos para modelos gigantes) y, una vez que eso está razonablemente maduro, Microsoft tiene la opción de tomarlo como base para desplegarlo en Azure.

Un contrato largo y una excepción llamativa
Todo esto no va suelto, sino empaquetado en un acuerdo de largo recorrido. Microsoft se asegura acceso a los modelos de OpenAI durante años y, a la vez, derechos sobre los diseños de esos aceleradores que están construyendo con Broadcom. Es una forma de blindar el futuro de Azure en un momento en el que la IA ya no es solo un producto concreto, sino el pegamento que une medio catálogo de servicios.
Hay, eso sí, una frontera clara: el hardware de consumo que pueda lanzar OpenAI se queda fuera. Si mañana la compañía se anima con dispositivos propios (gafas, cacharros de sobremesa, lo que sea), esa parte no entra en el paquete.
Mientras, OpenAI sigue tejiendo su propia red de acuerdos con fabricantes, explorando diseños a medida y usando sus modelos para optimizar desde el layout de los chips hasta el consumo en centros de datos. No solo quiere ser “el cliente” de alguien; quiere controlar la cadena hasta donde pueda.
Por qué a Microsoft le compensa dejar que otro sude por ella
Puede sonar raro que una compañía del tamaño de Microsoft decida apoyarse tanto en un tercero para algo tan crítico, pero si miras los números tiene bastante sentido. Levantar desde cero una familia de chips de IA competitivos implica varias generaciones de prueba y error, negociar capacidad con las foundries, diseñar el sistema completo desde la placa hasta el rack y asumir que algunas apuestas no saldrán bien.
Para OpenAI, ese riesgo es casi inevitable: vive de sus modelos y de poder entrenarlos y servirlos a escala. Cada vez que consigue una mejora en eficiencia o en coste por operación, lo nota directamente en su cuenta de resultados.
Microsoft, en cambio, tiene que repartir su atención entre mil frentes: Windows, Office, Copilot, Azure y todo lo demás.
Claro que no todo es ventaja. Atarse tan fuerte a OpenAI también implica asumir sus bandazos. En el último año ya se han visto tensiones en el gobierno de la compañía, cambios de rumbo, idas y venidas con el consejo de administración y un escenario regulatorio que mira con lupa cualquier relación que huela a concentración de poder. Si mañana OpenAI decide priorizar determinados proyectos internos o explorar otros socios en hardware, Microsoft tendrá que medir muy bien hasta dónde sigue ese camino.
Al final, la jugada de Microsoft tiene un punto muy pragmático. En vez de empeñarse en recorrer sola un camino que ya está trillado, ha decidido engancharse al carro de su socio más cercano, asegurándose por contrato que no se queda solo con las migas. No es la solución perfecta, ni mucho menos, pero le permite ganar algo que ahora mismo vale casi más que el dinero: tiempo.
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